José Kozer
es un poeta y ensayista cubano nacido en La Habana, en 1940. En 1960 se trasladó con su
familia a Estados Unidos, donde reside desde entonces. Fue profesor de Lengua y
Literatura en español y jefe del Departamento de Literatura Comparada en el Queens
College de Nueva York. Obtuvo las becas Cintas y Gulbenkian, además del Premio Julio Tovar de Poesía, en 1974, y del Premio Iberoamericano Pablo Neruda, en
2013. Ha publicado más de cuarenta títulos de poesía, algunos de ellos son: Este judío de números y letras (1975), Jarrón de las abreviaturas (1980), El carillón de los muertos (1987), Et mutabile (1995), Dípticos (1998), Rupestres (2001), Stet (2006) y Trazas (2007).
[Estos dos poemas se adicionaron al ensayo de Soledad Chávez Fajardo
"El lenguaje en dos neobarrocos", publicado en Ærea 10]
JK, 75 años, escribano
De niño le intrigaron las babosas.
En una libreta escolar recogió sus trayectos
a lo ancho del jardín,
su rastro en las hojas,
la impotencia del
gorrión (no se las
puede comer de
golpe).
De mayor pasaba horas describiendo las
moscas, el rumbo de
las hormigas, alzó
sus hormigueros
reconociéndolos por
dentro, describirlos
(galerías, celdillas)
más le interesa
anotar en su libreta
ah una recopilación
inalcanzable vale
un Potosí: cuánto
a la vista.
Pasó a la reproducción de las flores, diversidad de
aves, inquietud del
pez chico, insolencias
del pez grande y otras
manifestaciones marinas:
tipos de algas, formación
de arrecifes, plantas que
son animales en el fondo
de los mares, anotar
probabilidades, remitirse
con precisión inabordable
y una cierta deferencia a
lo visible: sólo lo objetivo
aclara la mente, anota.
Época del año, y de ser posible el día preciso
cuando florece el
escaramujo, nombre
científico, propiedades,
efectos secundarios
de un número casi
infinito de moras,
bayas, clasificación
de las hojas, descripción
de ácaros, vermes, todo
tipo de crustáceos: clases
de helechos, describir
al milímetro un helecho
en toda su objetividad
es un ejercicio de
imposibilidad, anotaba.
En su vejez, tras atiborrar cientos de libretas
escolares con sus
anotaciones, y en la
creencia que había
agotado el mundo,
real cuan imaginario,
comprendió que
apenas había
descrito o si se
prefiere narrado
o por así decir
presentado con
total y absoluta
objetividad un
mínimo de los
aspectos del mundo,
aquél más o menos
a la vista o si se
prefiere a la mano:
se propuso empezar
de nuevo con la
descripción de las
babosas a las que
iba a dedicar toda
su capacidad de
apuntar día y
noche, más allá
de los asaltos y
sobresaltos que
provocan los
diferentes elementos
de la naturaleza en
toda su incomprensible
profusión, a anotar.
A anotar. Iría, había que retroceder, a mirar
primero para luego anotar.
Qué mirar. Nada más fácil,
cuestión de acercarse, y
de ser necesario con una
lupa, mirar, y se perdía
anotando que había
primero que anotar
quiso decir que mirar
antes de anotar, borró.
Borrón. Chapón. No
había nunca descrito
quiso decir apuntado
la imagen del gorrión
patas arriba tieso en
la acera la babosa
tiesa en un tallo se
le queda mirando va
y la babosa luego lo
anota en su cuaderno
de apuntes baboso o
cómo llamarlo, lo
llamaba o llamaría,
se enredó entre bayas
(mañas) apuntes, sílabas
entrecortadas, palabras
descompuestas, alfabetos
lejanos, pinzas de
cangrejos, patas de
crustáceos, y vio que
nunca anotó lo relativo
a los equinodermos, de
cefalópodos apenas
nada: y del helecho,
qué. Anotó y del
helecho qué. Lo
tachó. Iba a, pero,
y si ocurriese que:
se puso de pie, corrió
la silla hacia atrás, la
volvió a colocar en su
lugar (al milímetro)
retrocedió unos pasos,
se cercioró, cuaderno
de apuntes sobre la
mesa, silla en su sitio,
afeitado, la ropa limpia,
pelo peinado, zapatos
lustrados, corbata pega
con chaleco floreado,
bastón en mano, puerta
cerrada a puerta abierta,
camino el mismo, ese
camino que día a día
no había recorrido, anotó,
decir quiso anotaría.
Jurisdicción
del sastre
De unas borras de gabardina confeccionaba
un
traje azul de gala,
solapas
anchas,
cruzado,
forro de
seda
estampado.
Una gruesa de botones de nácar le servía
para
ir regando a lo
largo
de la playa
macaos,
jaibas
violeta,
cangrejos
blancos
de pinzas
negras
y ojos
colorados:
y se
sentaba
a ver
llegar
las aves,
abatirse,
nutrirse
de
crustáceos: las
corúas
y las auras.
Llámenlo de su muerte a que vista repartos
enteros
de pordioseros,
muchachas
imaginando
vivir
entre figurines,
moldes,
por amor
un
maniquí, entre
damiselas
y villalobos
de
radionovelas: las
engalane
con un
sombrero
que parece
tibor,
pantalón largo
de
tiro recto, sin un
pliegue
(rayas gris,
fondo
negro)
chaquetilla
torera,
y
debajo, entre
Tánatos
y Eros, una
vida
de andanzas,
vida
de mantenida
en
época de grandes
disturbios:
flecos,
organdí,
asomarse
a
una ventana,
húsares
y coraceros,
aclamaciones.
De un jaboncillo fabrica pretinas, trabillas,
un
bolsillo
interior, dos
docenas
de pañuelos,
campos
de lino un
pantalón
de dril,
campos
de algodón
una
camisa de
chorreras
oreándose
al
sol duradero, ajeno
a
intervalos, de los
trópicos:
blanco
sobre
blanco la
confección.
Un alfiletero y una cinta métrica al cuello
inauguran
la
utopía.
Será feliz pegando a mano una misma etiqueta,
letras
rojas, fondo gris,
en
el bolsillo interior de
un
saco: tres veces se
va
a casar con la
misma
Esposa, una
hebra
(orlas) otra
filamento
(hilván)
arras
a la tercera,
borras:
nada que
determinar,
cerrar
los
ojos, guardar
en
el costurero
(urna
depauperada)
filos
de cortar, caridad
de
una lancha de
cobre,
tres remeros
a
punto de nacer:
uno
de guata, otro
burato,
y el más
pequeño,
sartal
por
gruesas de
botones
tiene
ganas
de procrear.